La boda del monzón (‘Monsoon Wedding’, India, 2001)
Directora: Mira Nair.
Guión: Sabrina Dahwan.
Reparto: Naseeruddin Shah, Lillete Dubey, Shefali Shetty, Vijay Raaz, Tilotama Shome, Vasundhara Das, Parvin Dabas, Kulbhushan Kharbanda, Kamini Khanna, Rajat Kapoor, Neha Dubey, Kemaya Kidwai.
La boda del monzón comienza como una película menor, cargada de tópicos sobre la India y su relación con la modernidad. Pero poco a poco uno se va dando cuenta de que detrás de ese comienzo hay toda una carga de intención de la directora, Mira Nair.
La boda, cuya historia de amor es quizá la historia más floja de todas, es la escusa para que se desarrollen no solo las historias paralelas de esta familia de clase media india que lucha por situarse en la modernidad, sino también, y con fuerza, para que se desarrolle cada personaje.
Con tantas historias como convergen en esta película se hacía difícil hacerles un hueco a todas, así que el director optó por tirar de unos magníficos actores y actrices que pueblan cada gesto, cada mirada, de historias que no hacen falta que nos cuenten: las sabemos porque los actores y actrices se comportan como cada uno de nosotros, como hemos visto en cada una de nuestras propias realidades, y así sabemos qué es lo que está pasando, solo con un movimiento de sus cuerpos.
Yo soy un ñoño, ya lo he dicho mil veces, por eso la historia que más me conmueve es la de esos dos personajes, que aunque implicados indirectamente en la boda, parecen querer permanecer ajenos a la misma. Se trata del organizador de eventos, Dubey, y la asistenta de la familia, Alice: no necesitan contarse nada, sus cuerpos, sus miradas, lo dicen todo, he ahí la verdadera calidad interpretativa, ningún gesto sobra, porque apenas hay gesto. Ya me gustaría que los histriónicos actores y actrices españoles aprendiesen; aunque he de reconocer que algunos aprenden, cuando algún director o directora les hace guardar silencio.
Debe de ser difícil en sociedades tan tradicionales como la india (como sin duda lo fue difícil en España en los años sesenta y setenta, incluso ochenta en algunas zonas) conjugar la tradición y la modernidad, la imparable influencia occidental y el deseo por mantener una identidad diferenciada. Y me refiero a difícil en concreto, a cada persona concreta. Así, podemos ver en la película como en medio de la tradición, en la que el hijo mayor, muerto el padre, se convierte en el hombre de la familia, este aprovecha su privilegiada situación para obtener un beneficio sexual de algunas de las muchachas más desprotegidas de la familia. Pero ya en la familia abierta, plural, moderna, eso no puede seguir pasando. Al final, todos bailan en la carpa de la modernidad, la de tela impermeable, menos el hermano mayor, que es desenmascarado por sus víctimas y expulsado por una nueva autoridad moral acogedora, cariñosa y comprensiva.
Una película bella de ver, aunque con algún momento duro. Tal vez una fábula, pero de esas que, de vez en cuando, nos hacen falta para saber que este mundo que nos ha tocado vivir también puede ser maravilloso.
Por cierto, me quedo con el estallido de colores de una sociedad en movimiento, de unas personas que no se hunden ante la incomodidad que pueda ocasionar la lluvia torrencial y con el baile final con esa música electrónica que tanto me fascina, que ha sabido conjugar la tradición e identidad de cada pueblo con la modernidad más vanguardista.
Francisco Cenamor
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