Bobby de Emilio Estévez, película recomendada por Ignacio Jordi Atienza

“Bobby” triunfa en su intención de retratar una noche mágica, un punto de inflexión de la historia en el que todo estaba cargado de ilusión, en el que se percibía que por fin el mundo podía cambiar y luego pasó lo de siempre. El asesinato del senador y presidenciable estadounidense Robert F. Kennedy fue uno de esos cataclismos que redefinieron la realidad, y la película interesará tanto a los que vivieron aquella noche del 5 de junio de 1968 como a los que todavía no estábamos aquí.

                La primera cosa que «Bobby» no es es un pestiño ideológico. La historia, que transcurre en el Hotel Ambassador a lo largo del día de elecciones que culminaría con la elección de Kennedy como candidato presidencial y su muerte, se centra en las pequeñas historias de los personajes que pululan por el microcosmos del gran hotel; teleoperadoras, camareros, inquilinos, y toda la troupe electoral que prepara el final de la jornada, la llegada, triunfal o no, de Bobby, y que tendría un final fatídico.

El periodista mundano adicto al trabajo (Anthony Hopkins), la vedette en horas bajas con una preocupante afición al alcohol (Demi Moore…), dos amigos (Lindsay Lohan y Elijah Wood) que deciden casarse para evitar que él vaya a Vietnam… Así hasta 22 personajes que componen con sus vidas un fresco histórico que se aparta bastante de los cánones típicos y tópicos a lo Norman Rockwell.

              Tanta cara conocida en el reparto hace pensar en una «bajada general de caché» muy generalizada en el cine actual; es sabido que, ante la crisis de buenos guiones, cada vez más actores se tiran en plancha ante la perspectiva de una historia con algo de profundidad (el caso señero es Woody Allen). El nivel interpretativo es por tanto muy alto, pero como mis favoritos personales quisiera señalar al cocinero cálido y misterioso interpretado por el viril Laurence Fishburne, y a una impagable Helen Hunt que, en un prodigio de minimalismo (con unas pocas escenas, con unas pocas frases), borda el retrato de una dama rica y perdida, pobre animalito herido en mitad del agobio de los convencionalismos, del consumismo salvaje, del american way of life. 

                Por su variedad de enfoques, por su esmero en presentar la versión no-oficial de la Historia, la película cura de cualquier forma de antiamericanismo, y sólo por eso sería muy recomendable verla. Produce un poco de piedad un pueblo con una tradición tan arraigada de asesinar a sus mejores hombres (por supuesto, la narración también se hace eco de la herida todavía candente de Luther King). Como un aglutinante de todos los personajes, del ritmo histórico, aparece la voz de Robert Kennedy, su pensamiento, a través de retransmisiones televisivas, de radio. La habilidad con que está integrado el material de archivo hace pensar en otras películas recientes de tema “combativo”, como la también estadounidense «Buenas noches, y buena suerte», sobre la Caza de Brujas, o la italiana «Buenos días, noche», que narra el secuestro del empresario Aldo Moro, ambas muy recomendables.

             En cuanto a nuestro senador, impresiona la rotundidad y la actualidad de su mensaje; para la mentalidad de hoy, (quizás también para la de entonces y eso es lo que le costó la vida), resulta apabullante escuchar hablar a un político, lo que se conoce como un político, con semejante contundencia y claridad, denunciando las desigualdades dentro del propio país, los destrozos medioambientales, la máquina de triturar jóvenes de la guerra, o proclamando la necesidad urgente de sentirse parte de una comunidad, no de un rebaño. Una lluvia de balas a bocajarro hizo que estas ideas fueran, una vez más, postergadas, y ya se sabe que la Historia la escriben los vencedores y que los vencedores son crueles. Pero aquí está esta película peculiarísima para recordarnos que el que un barco se hunda no quiere decir que haya que renunciar a la travesía. Dirige la película el también actor Emilio Estévez, que interpreta un pequeño papel. Atrás quedó el jovencito arrogante de «Arma joven», y los excesos se hacen notar, pero hasta eso le queda bien a su personaje, un batería de jazz reconvertido a empresario, que mira con melancolía los cambios en el gusto del público…

Lo dicho, hay que verla.

Ignacio Jordi Atienza

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Una verdad incómoda de Al Gore (la película) por Ignacio Jordi Atienza

     “Hola, me llamo Al Gore, y solía ser el próximo presidente de los Estados Unidos”. Así comienza Al Gore su conferencia-espectáculo sobre el calentamiento global, que ha dado ya varios miles de veces en lugares de todo el mundo. Astuto (y escaldado) como un zorro, el político demócrata da así un hábil golpe de timón con el que: a) se anticipa a críticas, marrullerías y comidillas en voz baja, b) deja clara su postura acerca de un tema por otra parte liquidado, y c) se desplaza rápidamente al centro de la cuestión. Y qué cuestión.

Paralelamente a su actividad política, Gore ha estado desde la adolescencia interesado en el fenómeno del calientamiento global, y la película da cuenta de su lucha por denunciar unos hechos que, en lo esencial, no son mucho más complicados que decir dos más dos son cuatro, pero que han encontrado y encuentran la resistencia de un ejército de incomprensibles partidarios del tres con cinco o el dos coma ocho. Partidarios sin embargo cada vez más desacreditados, ya que cada vez más basta con mirar por una ventana para cerrarles la boca.

Las charlas de Gore siguen la vieja receta de la medicina amarga de la lección envuelta en el azúcar de la diversión, y no escatiman recursos para hacer llegar su mensaje por las vías más diversas: dibujos animados, fotos fijas, animación en 3D, gags, artilugios. Esta idea del “show business”, tan querida a la mentalidad norteamericana, resulta en ocasiones algo excesiva para un europeo, pero, al margen de consideraciones culturales, el hecho es que resulta efectiva. Uno sale de la película tocado en la fibra más íntima, y capaz de explicar a cualquiera que se interese el núcleo del problema climático en cinco minutos de conversación.

Sobre los escalofriantes datos que se dan prefiero no extenderme demasiado ya que Gore lo cuenta mejor, pero quisiera recalcar que Una verdad incómoda es una película que da mucha paz. La situación es complicada, es cierto, pero uno sale del cine sabiendo por fin lo que hay, diferenciando por primera vez netamente los hechos de la ficción. El calentamiento global deja de ser un oscuro y huidizo fantasma apocalíptico que pende sobre nuestras cabezas y sobre el que es mejor no pensar demasiado. Pende sobre nuestras cabezas, sí, pero obedece a leyes de causa y efecto bien definidas y sobre las que por tanto se puede intervenir: cada uno, cada hora. Y este es el segundo motivo por el que la película es esperanzadora.

Si algo no se puede negar a los estadounidenses es su carácter eminentemente pragmático a la hora de encarar los problemas, y por eso la película no cierra con romanticismos melancólicos y rasgar de vestiduras, sino con una “lluvia de ideas” que pone a la mente a trabajar. ¿Qué se puede hacer? En la mejor tradición de un Emerson o un Thoreau, Gore hace un llamamiento a la población civil y pide la creación de una “red de conocimiento”.

 Todos tenemos un área de influencia, todos podemos hacer algo por difundir esta verdad tan incómoda (o inconveniente, en una traducción más literal que no sería mala). Y jamás los requisitos de un llamamiento fueron tan generosos: incumbe a cualquiera que habite en cierto planeta azul, cerca del sol, según se viene a mano izquierda. Cuando la película salió en Estados Unidos, un crítico dijo: “si sólo puede ver una película este año, que sea esta”. Yo no puedo estar más de acuerdo. Y para acabar, una anécdota personal: en la sesión a la que yo asistí, con toda la audiencia estremecida, hacia la mitad de la película se escuchó a una señora roncar plácidamente.

Tal vez los dibujitos animados y los gadgets no sean en el fondo tan mala idea. Ignoro si el día de la tal señora había sido muy duro, pero de lo que no me cabe duda es de que su nacionalidad no era norteamericana. ¿Qué fuiste a ver, querida?/No sé, era algo de una Humanidad y un planeta. No me acuerdo muy bien cómo terminaba.

Ignacio Jordi Atienza

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